¿CUÁN SINCERO ERES?

“He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6).

La sinceridad es la virtud de ser veraz en todos los asuntos de la vida. Por cierto, es un asunto del corazón. Es un principio fundamental del evangelio de Jesucristo. Dios conoce los pensamientos e intenciones del corazón. Él considera la verdad como uno de los principios más importantes, porque es Dios de verdad (Deuteronomio 32:4). Seguramente bendecirá a los que de todo corazón son veraces.

¿Hablas la verdad cuando estás en peligro de ser descubierto, pero cuando nadie lo sepa, practicas el engaño?

¿Das a entender lo que no es la verdad?

¿Compras con crédito cuando en realidad sabes que no tienes con que pagar?

¿Le cuentas todo a Dios tal como es cuando oras?

¿De verdad haces todo lo que sabes que Dios quiere que hagas?

¿Eres sincero con respecto a las enseñanzas de la Biblia?

¿Eres quien aparentas ser?

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Hay una historia muy impresionante en el Nuevo Testamento de un hombre, Ananías, y su esposa, Safira (Hechos 5:1-11). Vendieron su propiedad, al igual que muchos otros habían hecho, y fingieron ofrendar la suma entera a la iglesia. Sin embargo, concordaron privadamente en retener una parte para sí. Trajeron su ofrenda a los líderes de la iglesia y les dijeron que habían vendido su propiedad por tal cantidad de dinero. Su mentira fue juzgada inmediatamente por Dios y castigada con la muerte. En esta historia de la iglesia primitiva, el uso de la mentira, o la hipocresía, fue severamente castigada. Dios no toma en poco tal mentira. Al igual que Ananías y Safira, podemos mentir aunque las palabras que decimos son verdaderas. Tenemos la tendencia de olvidarnos de nuestra responsabilidad ante Dios. Él conoce nuestro corazón y espera la pura verdad.

Un hipócrita finge ser lo que no es. Quizá afirma decir toda la verdad, pero no tiene cuidado en exagerar la verdad para su propia ganancia. Posiblemente hable de las necesidades de los desafortunados, pero no ofrece generosamente de su tiempo ni bienes cuando hay desastre. Uno pretende preocuparse genuinamente por su vecino, pero chismea de él sin cuidado. Alguien puede hacerse pasar por una persona honrada, pero aún así estar listo para tomar el dinero de otro, siempre y cuando no se detecta. Incluso, puede tratar de convencerse que vive según morales más alto que algunos, siendo aún falso. En cualquiera de estas circunstancias uno sería hipócrita, hasta engañoso.

Dios siempre ha sido apenado por la hipocresía del hombre. Jesús dijo: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí (Mateo 15:8). Concordar el corazón y los labios es el desafío que tenemos. Ser sincero en lo más íntimo del corazón es la llave que nos abre la puerta para hallar gracia y favor con Dios.

Un cristiano verdadero es un ejemplo de sinceridad. Él prospera espiritualmente a la misma medida que sea sincero ante Dios. Debemos prestar importancia también a la sinceridad delante de nuestros prójimos. En el hablar y en el negociar tenemos que mantener la confianza el uno con el otro. Para realizar esto es necesario estar dispuesto a hacer cualquier sacrificio por causa de la verdad.

Podemos aprender del niño a quien su maestra preguntó:

—¿Contarías una mentira por tres centavos?

—No, señora —respondió el niño.

—¿Por diez centavos?

—No, señora.

—¿Y por un peso, no contarías una mentira?

—No, señora —Respondió.

—¿Contarías una mentira por mil pesos? —le preguntó.

—Bueno —dijo entre sí—. ¿Qué no podría yo hacer con mil pesos?

Mientras tardaba en responder, otro joven detrás de él contestó:

—No, señora.

—¿Y por qué no? —preguntó la maestra.

—Porque la mentira persiste. Cuando los mil pesos se han gastado, y las cosas buenas que se compraron se han acabado, todavía queda la mentira.

La verdad es tan importante que debemos tener la voluntad de sufrir por ella. Sería una pérdida grande sacrificar la integridad sólo para evitar la vergüenza. Dinero ganado por el engaño no recompensa la conciencia manchada y el juico eterno que Dios trae sobre tales pecados.

¿Dices que andas en la luz de Dios, pero . . .?

No perdonas a tu hermano.

No enmiendas cuando hayas defraudado a alguien.

Exageras la verdad.

No cumples con tus promesas.

Robas ofrendas y diezmos de Dios.

La sinceridad es una comprobación de carácter. Dios conoce a nuestro corazón, y no hay cosa oculta para él. Sin embargo, a veces tratamos de ocultar de él el verdadero contenido del corazón. Quizás no presentemos al público nuestro ser verdadero. Nuestros motivos y actitudes deben ser sometidos a la prueba de la verdad. Al abrir nuestro corazón y vida a Dios, estas cuestiones pueden ser resueltas.

Nuestro motivo y actitud deben ser sometidos a la prueba de sinceridad. Para superar esta prueba necesitamos un cambio interno porque por nuestro aspecto se conoce lo que hay adentro del corazón. ¿Eres tu sincero? Dios lo requiere, el mundo lo espera y tú serás beneficiado. Es la única vida que vale.

“Deseando conducirnos bien en todo” (Hebreos 13:18).

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres” (Romanos 12:17). [Véase también Levítico 19:35-36 y Proverbios 19:5.]

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EL INFIERNO-¿QUÉ ENSEÑA LA BIBLIA?

Cuando los perdidos oirán al gran Juez declarar su sentencia: “Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad”. ¿A dónde irán esas almas condenadas? Cuando, de dos personas que están trabajando juntos, uno es tomado y el otro es dejado, ¿qué será del que es dejado? Cuando la mirada del justo Rey penetra al injusto como una espada, y ninguna excusa tendrá valor, ¿qué va a pasar? Cuando el Libro de la Vida será abierto, y no se encuentra el nombre del perdido, ¿qué pasará?

Hay solamente dos destinos finales—la morada bendita de los que serán salvos, y el abismo de fuego a donde serán lanzados los perdidos. La Biblia habla del paraíso de Dios y del lago de fuego, de un lugar de luz glorioso, y del lugar de oscuridad total.

Hay solamente dos destinos, puesto que en el día de juicio no habrá más que dos clases de personas. “Los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:29).

A corta distancia al sur de Jerusalén hay una barranca profunda que traspasa el paisaje. Durante los reinados de Acaz y de Manasés, ocuparon este valle como un lugar de adoración depravada que no se pueda imaginar. Allí los seguidores de Moloc echaron a sus hijos vivos a los brazos candentes de un ídolo inmenso de bronce. En seguida cantaban y bailaban para extinguir el clamor angustiado de sus hijos mientras se quemaban. Los Hebreos llamaban el lugar el Valle de Hinom. En griego el nombre de este lugar es traducido Gehena.

En el tiempo de la vida de Cristo sobre la tierra, los judíos ocupaban el valle como lugar para depositar a los desechos. Además, en él echaron los cuerpos muertos de animales, así como también los cuerpos de personas desterradas y los cuerpos de reos ejecutados. Allí el aire se mantenía contaminado. En un esfuerzo vano para mantener una apariencia de pureza, dejaban que el fuego quemara la basura de día y de noche, siempre. La mancha del humo nunca desaparecía del cielo. Animales que se alimentaban de la carroña, siempre se mantenían escarbando en ese lugar repugnante. Los gusanos nunca morían y los fuegos nunca se apagaban.

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Como Jerusalén, la ciudad de los judíos, representaba la Nueva Jerusalén—la Ciudad de Dios en el Cielo—así este valle infame proveía un ejemplo vivo de la condenación del infierno. Cristo usó la palabra Gehena once veces para hacer referencia al castigo eterno de los pecadores. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno [o el fuego de Gehena], preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41). Era fácil para los que escuchaban las palabras de Jesús imaginar un lugar intolerablemente horroroso donde uno quemaría para siempre. La verdad de un castigo eterno después del juicio final es una verdad bien establecida en la Biblia.

¿Cómo será el infierno? Sus terrores no pueden ser comprendidos. Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos proveen de algunas comparaciones: un fuego consumidor, un fuego que nunca se apagará, las tinieblas de afuera, el castigo eterno, el tormento y el lago de fuego.

Sin duda, algunos de estos versículos son simbólicos de una consciencia que molesta incontrolablemente, vergüenza ardiente y una memoria ardiente, lo que muerda y consume, pero que no puede ser apagado. Aun así, el fuego se menciona tan frecuentemente, y tan enfáticamente, que no podemos negar que hay un infierno con fuego literal. La Biblia declara que el lloro, el llanto y el crujir de dientes serán una realidad. Entonces, no podemos menos que aceptar la realidad de un fuego verdadero.

En el día de juicio los perdidos se levantarán a “resurrección de condenación” (Juan 5:29). En la resurrección los perdidos tendrán un cuerpo inmortal, no glorioso como los salvos, sino un cuerpo adecuado para el castigo eterno. Será un cuerpo preparado para el infierno, uno que siente y experimenta constantemente el aguijón de la muerte, pero que nunca muere.

El infierno será un lugar de recordar. En la historia del hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19-31), el hombre rico abrió sus ojos en el infierno. En ese lugar al hombre condenado le fue dicho, “hijo acuérdate.” Cuando Dios dirá, “hijo acuérdate,” será imposible olvidar. Como olas inundantes, las memorias de todas las oportunidades para la salvación, las oportunidades para el arrepentimiento, el don de la gracia que uno pasó por alto y más, sumirán a los perdidos. Recordarán lo que amaban en la vida: las posesiones, la fama, los pasatiempos y el sí mismo. Pero esas mismas cosas afligirán como la gangrena. Para siempre vendrán a la memoria todos los pensamientos malos, los pecados cometidos en secreto y las mentiras. Junto con la imposibilidad de olvidar vendrá el clamor más amargo: “Si solamente hubiera amado al Señor.”

El infierno será un lugar de culpa y de vergüenza. El profeta Daniel escribió: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:2). Cuando Dios dará la sentencia eterna en el día de juicio—los ángeles estarán allí como testigos—caerá como una gran piedra de molino sobre los condenados. Estos estarán arrojados al lago ardiente desde donde no habrá esperanza de volver.

El infierno será un lugar que no ofrece descanso. “Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche” (Apocalipsis 14:11). En este mundo los que sufren dolor siempre encuentran momentos de descanso. Aun algunos que son torturados al fin desmayan y experimentan tiempos de descanso. Al fin, la muerte les trae un alivio. Pero en el infierno no habrá alivio. Los azotes caerán sin fin. El tormento les caerá en abundancia perpetua. Los perdidos clamarán por el alivio, pero sus clamores no serán oídos. Los perdidos crujirán los dientes para siempre mientras buscan algún descanso, un momento de alivio, pero no lo encontrarán.

El infierno será un lugar completamente sin esperanza. La desesperación de los perdidos les agobiará, sabiendo que no habrá ni siquiera un rayo de esperanza, ninguna oportunidad de poder escaparse de allí. Serán un pueblo olvidado en un lugar olvidado. La condenación será completa cuando Dios les dará la espalda. Desconocerá a esas almas para siempre jamás.

En el infierno no habrá ninguna misericordia, ningún amor, ningunos hechos de bondad y ninguna gracia. El odio reinará supremo. El remordimiento angustiador y la tristeza, los ruegos y las súplicas quedarán sin respuesta. Ninguno escuchará, además ninguno tendrá cuidado.

El infierno será un lugar de las tinieblas de afuera. Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él. La condenación eterna será lo contrario. La Biblia lo llama así, “la oscuridad de las tinieblas” (Judas 13). Con la oscuridad viene el temor, el mal, el diablo, los demonios y la muerte. El infierno incluye todo esto, y el infierno es para siempre. Es la muerte segunda. La primera muerte terminará en el juicio, la segunda muerte no terminará nunca. Aun después de diez millones de años, el infierno apenas habrá comenzado.

El tormento y el lloro seguirán, y siempre los que mueren vivirán eternamente. Frente a estas verdades llegamos al límite de nuestra comprensión. Y posiblemente debe ser así, ya que el infierno no fue preparado para los hijos de Dios. Fue preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41). Estos seres caídos esperan en cadenas de oscuridad, temiendo y temblando, conociendo bien su destino eterno.

La Biblia indica claramente que aquellos que no obedecen el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, aquellos que no se arrepienten, los incrédulos, y los abominables, los homicidios, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre (Apocalipsis 21:8).

Hoy estamos sirviendo a uno de dos maestros. Uno, el Padre Celestial, es amoroso y justo. El otro, Satanás, es sumamente malo. Queda sin duda, que el maestro a quien servimos en vida será él con quien estaremos por la eternidad. Cuando el juicio final revela a quién hemos servido, ¿a cuál lado estaremos?

Dios no puede salvar a aquellos que niegan servirle. Sin embargo, Él estará completamente justo. Ninguno irá al infierno injustamente. Dios no quiere que ningún alma perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento y a la vida. Dios nos llama y nos invita a escoger su reino, para estar a su lado. Nos invita venir a Él para salvarnos, porque nos ama.

Los que irán al infierno, irán allí a causa de sus propios intereses y las decisiones que hicieron en vida. ¿Seremos de aquellos que serán dejados, o seremos llevados? ¿Escucharemos la declaración, “Nunca os conocí; apartaos de mí, para siempre:” u oiremos las palabras benditas, “Venid, benditos de mi Padre?” Alma querida, ¿aceptará usted la invitación?

Mateo 25:41 Apartaos de mí

Juan 5:28-29 Resurrección de los condenados

Mateo 22:13 El lloro y el crujir de dientes

Lucas 16:25 Hijo, acuérdate

Daniel 12:2 Confusión perpetua

Judas 6 Ángeles en prisiones eternas

2 Pedro 3:9 No quiere que ninguno perezca

Apocalipsis 21:8 Los pecadores en el lago de fuego

Mateo 25:34 Venid, benditos

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LA ETERNIDAD

La eternidad desafía la imaginación y la comprensión del hombre. No es un objeto, ni lugar; ni período de tiempo. No tiene principio y no tiene fin. Toda la humanidad desde Adán se encontrará en ella.

La palabra eternidad se encuentra en Isaías 57:15, donde dice que Dios habita la eternidad. Él es eterno sin principio y sin fin. Esto sólo se puede decir de Dios. El hombre tiene un principio pero su alma no tiene fin. El diccionario afirma que la eternidad es un tiempo que no tiene principio y no tendrá fin. En ella entra el alma al tiempo de la muerte y allí permanece siempre y para siempre. La Biblia principia con estas palabras: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Génesis 1:1). Allí se refiere a la creación del cielo y la tierra y todas las cosas que en ellos hay (Colosenses 1:16-17). Dios ha decretado que todas estas cosas dejarán de existir: "los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas" (2 Pedro 3:10).

El hombre es una criatura que se relaciona con el correr de tiempo. El hombre es usuario del tiempo, y confía en él. Su vida, es controlada por el tiempo. El tiempo, por importante que sea, no tiene ninguna relación con la eternidad. La eternidad es incomparable. No tiene largura, anchura, profundidad ni altura que se puede medir. La eternidad no ofrecerá oportunidad para cambiar el destino eterno que fue escogido en la vida. Es para siempre y sin cambio.

El hombre es el único de todas las criaturas y de las cosas creadas, que estará vestido de un cuerpo inmortal, y hará el cambio de este tiempo a la eternidad. El hombre es la úniса criatura que tiene el "aliento de vida" (Génesis 2:7), y como Dios vivirá para siempre.

Cuando termine el tiempo, la eternidad revelará muchas maravillas y milagros, eventos y desarrollos que no se pueden entender en el día de hoy. Cuando el Señor volverá otra vez, todo ojo le verá (Apocalipsis 1:7). Él se sentará sobre su trono y todas las naciones serán reunidas delante de Él en juicio (Mateo 25:31-32; 2 Corintios 5:10). Allí Dios juzgará cada hombre por las cosas que están escritas en los libros según sus obras (Apocalipsis 20:12-13).

Texto completo de: LA ETERNIDAD

El incrédulo no cree estas verdades. "Todo ojo", es decir, los billones de la tierra y del mar, los muertos que resucitarán, así como los vivos, lo verán. La mente se conturba al pensar que todas las naciones se reunirán en un solo grupo ante el trono de juicio. Los incrédulos se fijarán que el tiempo habrá pasado y que la eternidad no tiene limitaciones. Las restricciones de distancia y de tiempo que se encuentran en esta vida terrenal, son ausentes en la eternidad.

La eternidad, según lo revela la Biblia, tiene tres aspectos: El juicio, la separación de los justos y los injustos, y lo eterno. Este juicio será final, sin apelaciones ni revista de juicio. Durante la vida del hombre, Dios pone delante de él el bien y el mal, queriendo conducirlo a una relación íntima con su creador. Aquellos que no prestan atención, en el juicio final recibirán su sentencia y serán enviados a un castigo eterno. Los que se rinden a Dios durante la vida, tienen sus pecados juzgados antes de que venga el día del juicio final, mientras que los que no se rinden, tendrán sus pecados descubiertos después en el juicio final (1 Timoteo 5:24).

Después del juicio todo hombre será recompensado según las cosas que están escritas en los libros. Aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida recibirán su recompensa también (Apocalipsis 20:12). La palabra recompensa que se menciona aquí será una recompensa por todos los hechos cometidos, ya sean buenos o malos.

En la eternidad solamente habrá dos clases de gente, los salvos y los perdidos. Dios los juzgará según como aceptaron o rechazaron el plan de la salvación. Hay solamente dos destinos en la eternidad para toda la gente, el cielo para los salvos y el infierno para los perdidos.

El Juez eterno dirá a aquellos, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida: "Venid benditos... heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo" (Mateo 25:34); y a aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida el Juez dirá: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles" (Mateo 25:41). Estas palabras serán espantosas para algunos, pero otros ya lo sabrán. Aquellos que pasan de este tiempo a la eternidad habiéndose preparado para encontrarse con Dios, mueren con la confianza en su corazón que estarán con el Señor en la eternidad. Estos esperan oír las palabras benditas: "Venid, benditos".

También hay aquellos que están condenados en la vida y pasan a la eternidad sin estar preparados para encontrarse con Dios. Estos con horror esperan el juicio (Hebreos 10:27). En aquel gran día clamarán a las montañas y a las peñas: "Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero" (Apocalipsis 6:16).

Entre aquella inmensa multitud también se encontrarán los engañados: "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mateo 7:22-23).

La Biblia no nos dice en detalle todo lo que la eternidad contiene para los seres inmortales. Empero, Jesús nos dijo que los que vencerán estarán sentados con Él en su trono (Apocalipsis 3:21). Estos también estarán vestidos de blanco, y no les faltará nada (Apocalipsis 7:14-17). Estos se gozarán de toda bendición preparada para las almas inmortales.

Aquellos a quienes el Juez dirá: "apartaos de mi", irán a las tinieblas de afuera con lloro y crujir de dientes (Mateo 8:12); irán al fuego del infierno que no se apagará (Marcos 9:43), y tendrán su parte en el lago de fuego y azufre (Apocalipsis 20:15; 21:8). Estas almas estarán alertas mentalmente y se conocerán (Lucas 16:23); sentirán los tormentos del infierno (Lucas 16:24); entenderán (Lucas 16:26); se acordarán de la vida terrenal (Lucas 16:28). La eternidad no tendrá ningún beneficio para los perdidos.

En la eternidad Satanás, aquel antigua dragón, será completamente y eternamente derrotado, y será castigado conforme a su maldad. El infierno fue preparado principalmente para este propósito (Mateo 25:41). ¡Qué destino tan horrible de estar en ese lugar de tormento con un ser tan espantoso y can todos sus malos espíritus condenados!

El tercer aspecto de la eternidad, la finalidad, es incomprensible para el entendimiento humano. La mente del hombre es limitada a principios y a fines. A consecuencia de esto, al hombre le es necesario confiar en las verdades de la palabra de Dios. Dios es el autor de todas las cosas y también de la eternidad.

Si fuera posible que un ave cogiera un grano de arena y la llevara a la luna y así, al fin, de esta manera removiera cada granito de la tierra; la eternidad apenas habría comenzado, y no estaría más cerca el fin. Para los malos, el pensamiento de una eternidad sin fin, es lo más penoso posible. Para los justos, que estarán gozando la dicha eterna con Dios y con todos los santos ángeles, es un pensamiento muy placentero.

Ahora mientras que haya tiempo, podemos escoger nuestro destino eterno.

Amado lector, ¿estás preparado para la eternidad? Esta pregunta requiere tu contestación en esta vida. Hoy es el tiempo de preparar para la eternidad.

Uno se prepara para esta gran reunión por medio de aceptar a Cristo Jesús como el Salvador de la humanidad, que murió en la cruz del Calvario por los pecados del hombre y que resucitó para su justificación (Romanos 4:25). Esta decisión debe incluir más que solamente una aprobación mental; debe ser un asunto del corazón, una completa entrega a Dios. Así uno llega a ser seguidor de Jesús, que anda con Él, obedece sus enseñanzas y es guiado por el Espíritu Santo.

El no recibir a Cristo resultará en el rechazo eterno de Dios. La vida es muy insegura; la muerte es muy segura; la eternidad es demasiada larga; ¡no demores más! ¡Ahora se debe aceptar la palabra de Dios!

¿Dónde Vas a Pasar La Eternidad?

La morada eterna, ¿Dónde puede estar?
¿Vuela en el aire, O flota en la mar?
¿Entre el tumulto, Allí estará?
¿O envuelto en silencio, Su eco se oirá?

¿Con amados en gloria, La vas a pasar?
¿O con los demonios, En tinieblas llorar?
Si no con el uno, Con el otro será.
Sin fin sin remedio; ¡Destina final!

Eternidad, mi amigo; ¡Ya no duermas más!
Ni tomes del mundo, Consejo falaz.
La pregunta persiste, Solemne y sagaz:
La morada eterna, ¿Dónde la pasarás?

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